martes, 16 de junio de 2009

El vals de les estrelles mortes - I


Es va despertar a les fosques, embolcallat per la negra nit. La lluna era nova, les estrelles s'amagaven rere el mantell de núvols foscos. Se sentia oprimit per una presència impalpable, invisible, però que es notava en els ossos, com una tempesta, en la pell, com una xafogor. Sense més pistes que un fanal no massa llunyà, començà a caminar, sense estar massa segur de seguir el camí correcte, ensopegant de tant en tant amb les pedres del camp.

Però no l'esperava cap carretera, al fanal, ni cap rastre d'altres fanals. Només els rastres d'un vell camí empedrat, amb la meitat de les llambordes malmeses, menjat per l'herba i els anys. Seguia sense veure's cap rastre d'humanitat, més enllà del fanal i la mil·lenària via empedrada. Una curiosa contraposició, va pensar.

Va estar-se assegut al costat del fanal, negre i d'estil de principis del segle XX, tot espantant els mosquits, esperant qui sap què durant una llarga estona. Mirava el cel, intentava veure l'horitzó. No sabia on era, i aquell fanal no l'ajudava gens ni mica a ubicar-se. Potser podria veure muntanyes, o no veure'n. Si conexia la orografia de la zona, potser podria trobar el camí de tornada. Però la línia de l'horitzó era tant negra com els núvols. Només en un punt llunyà, qui sap si a l'est, al nord o en qualsevol altra direcció, es podia veure una franja lluminosa.

Desanimat, es deixà anar sobre el fanal, rumiant sobre què podria fer. Va intentar dormir, però tenia un neguit que li ho impedia. Li semblava tenir un motor dins del cap, que brunzia com un rusc d'abelles. El soroll anava augmentant, fent créixer-li l'ansietat. De reüll va captar un moviment, després va sentir un espetec, acompanyat d'una poderosa lluïssor. De sobte, d'un horitzó molt més proper del que semblava va aparèixer la silueta d'una mena de moto, rugint sobre l'empedrat, desencaixant alguna llamborda pel camí.

Es quedà palplantat, mirant l'estranya aparció. La moto s'acostà i l'enlluernà amb els fars davanters. El conductor, amb la cara oculta rere el casc, va apagar la màquina i el lleó de metall va callar. El llum del fanal permetia distingir la forma d'una moto sidecar lluent, pintada de verd fosc. El conductor, alt i forçut, duia una caçadora de cuir gastada i uns texans. La seva veu ressonà sinistra dins del casc:

- Què se li ofereix, mestre? Ens hem perdut?

- Em sembla que si -va respondre amb presses-. No puc trobar el camí de tornada.

- Vaja, és tot un problema. Necessites que et porti a algun lloc?

Va dubtar:

- Ah, doncs sí, però no sé realment on sóc ni cap a on porta aquest camí.

-I qui ho sap? -va respondre el motorista, traient-se el casc amb dificultat- Però si no agafem el camí, no ho sabrem mai. Va, pugi al sidecar!

Sota el casc va aparèixer un rostre angulós, robust i de mitjana edat, amb els cabells densos i foscos, el nas recte, la barbeta ampla i uns ulls estrets, negres.

- No sap cap a on duu aquesta carretera? -va preguntar-li.

- És clar que ho sé, l'he feta moltes vegades. Duu a un motel on tenia previst passar la nit. Espero que dugui diners a sobre, jo no duc més del que necessito per acabar el trajecte.

El motorista pujà al seient de la moto, i tot agafant el casc per tornar-se'l a posar, allargà la mà.

- Per cert, em dic Asdrúbal.

- Jo em dic Paul. Encantat -i li va fer una encaixada.

Molt en la llunyania, la claror persistia, ara trencada pel rugit ocasional dels trons i la lluïssor cegadora dels llampecs. Espantant les bestioles i els esperits amb el crit del motor de la moto, en Paul i l'Astrúbal van enfilar camí amunt, deixant enrere el fanal, endinsant-se en la foscor amb els fars de la moto com a únic guia.

No passà ni mitja hora fins que un altre fanal aparegué davant seu, amagat rere un mur. El camí allà esdevenia carretera asfaltada, i no massa més lluny s'apreciaven els llums encesos d'un motel de carretera.

jueves, 11 de junio de 2009

El precio de los sueños


Era enero, y el viento cortaba el abrigo, la carne y los huesos, inclemente ante el tembleque de las manos y el sufrimiento de los viandantes. Ni el sol, oculto tras un capote homogéneo de nubes grisáceas, alcanzaba a alegrar la travesía a la gente. Las ocasionales bocas de ventilación soltaban bocanadas de aire caliente. En cierto modo, era un gozo ver cómo todos los caminantes realentizaban su paso para poder quedarse ni que fuese un segundo más al lado de la corriente cálida, del oasis de bienestar enmedio de un gélido océano de nieve y viento.

Él, seguro de sí mismo, iba camino de su casa. Aun con las mejillas arreboladas y las manos frías, no podía evitar que de vez en cuando aflorara a su rostro una sonrisa tan cálida como el mismo sol que ahora se negaba a salir. Ver a un hombre feliz es una experiencia especial, los hay que incluso se contagian de esta felicidad y tampoco pueden reprimir una efímera sonrisa, medio cómplice, medio melancólica.

Pero él no se fijaba en los dos o tres que repararon en su excepcional estado. Él sólo pensaba en la de trabajo que tendría que hacer si lo que le habían dicho era cierto. Claro que lo era, aquel hombre de la discográfica hablaba muy en serio. Otra sonrisa vio la luz enmedio de aquella faz rubicunda por el frío cuando recordó el contrato. Su grupo de folk-rock, que había llevado desde los dieciséis años, al fin tenía salida profesional seria. Había mucho que hacer. Tendrían que recomponer la música y algunas letras, pulir las melodías, advertir al batería para que se dejase de tonterías con los porros y se pusiera las pilas o se buscarían a otro... tanto por hacer.

Una vida nueva se abría ante él, nuevas puertas que nunca había visto más que en sueños, pasillos y ascensores con los que había fantaseado pero que nunca había considerado realmente que existiesen. Todo un rascacielos de oportunidades, la opción de hacer lo que siempre había soñado.

Se palpó el bolsillo del abrigo, donde el contrato y el cheque pesaban como losas de mármol en su mente. Calderilla, pensó, para pagar el billete hacia el éxito. Al fin y al cabo, ¿qué era más valioso que un billete de ida hacia el sueño de su vida?

Caminaba absorto y no pudo ver a tiempo al hombretón que salió del callejón. Se lo encontró de frente. Dos ojos oscuros enmarcados por un rostro cetrino y sudoroso, de facciones andinas y pelo negro y liso. En su mirada había miedo, pero no por ello sus ojos eran menos temibles. El pobre soñador se quedó pasmado, sin poder reaccionar.

- Me vas a dar todo lo que lleves - dijo, nervioso, el atracador.

El muchacho pensó en el contrato y en el talón. No podía dárselo. Pero tampoco le quedaba otra salida. Intentó mirar alrededor, pero aunque vio caras de sospecha, tenía la impresión que nadie movería un músculo por él.

Al ver que no obedecía, el atracador insistió, y agarró al joven por la camisa, y lo lanzó hacia el callejón. Allí comenzó a balbucear, intentando sacarse de los bolsillos las monedas y el billete sueltos que llevaba encima.

- ¡Ándate con prisa o te rajo! - dijo el atracador. Iluminado por detrás con la luz difusa de la tarde nublada, parecía un espectro salido de la noche más profunda, achaparrado y escuálido como era. Brillaba en su mano una punta afilada de acero. El sudor se le tornó frío al joven, y sus manos temblaron de nuevo, pero ya no de frío.

- ¡Vacíate los bolsillos, anda! - dijo el salteador de viandantes - ¡El derecho también! ¿Qué traes ahí?

El joven, sin querer vaciar el bolsillo, no dijo nada. Le pareció que había pasado en el callejón varios años, una eternidad, intentando librarse de aquel agresor de la forma más pacífica posible. Pero el atracador no estaba por titubeos ni engaños. Se acercó bruscamente al joven y alargó la mano hacia el bolsillo del cheque. El joven se apartó. El atracador lo miró a los ojos y le clavó la navaja en el pecho tres veces.

Al joven se le cortó la respiración durante unos minutos. Luego sintió las tremendas punzadas, vio la navaja roja y la mano del atracador acercándose de nuevo. El joven cayó de rodillas, perplejo, mientras le sustraían el billete hacia la felicidad del bolsillo de su chaqueta. Cayó tendido sobre la nieve, y vio cómo el espectro andino se alejaba, y el cielo se volvía cada vez más oscuro. El frío le invadía el cuerpo y entumecía el dolor agudo. Al respirar, notaba un gorgoteo en el pecho. Miró hacia un lado y vio la nieve fluyendo roja.

Cerró los ojos y sollozó, consciente de que había llegado su memento mori. Había compuesto una canción titulada así, sobre un tipo que moría sin haber cumplido su propósito, una burla a las películas donde el bueno moría per habiendo cumplido su objetivo. Cruel ironía.

El joven lloraba desconsolado, esperando un milagro, como cuando alguna vez había perdido las llaves y esperaba con todas su fuerzas que no se las hubiese dejado dentro de casa. Encontrarlas entonces era un milagro. Pero él no podía morir, no podía morir ahora que por fin comenzaban a irle bien las cosas. No podía dejar el mundo así, tenía tanto por hacer, tantas ilusiones, tantos proyectos... incluso tenía dos canciones en mente que aún no había escrito en papel. ¡Morirían con él! ¡Quería vivir y ser mejor! Se hizo todas las promesas posibles en caso de que saliera de ésta. Aun antes de desvanecerse su conciencia, esperaba que le salvase algún giro inesperado del guión, creyéndose inmortal en su egocentrismo, como si en la vida tuviesen que encajar varias tramas, como en las películas. Pero la vida no encaja, ni perdona, y el joven murió en el hospital, dos horas después. Había pagado muy caros sus sueños, y éstos se habían escapado por las heridas del pecho, por el filo de una navaja para la que la vida no valía nada, ni tenía remordimientos por haber arrebatado a un hombre la posibilidad de cumplir sus sueños.

Sic tibi terra levis


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