domingo, 24 de enero de 2010

Los días grises

Un relato un poco antiguo que tenía flotando en el ordenador:

***


El hombre está desnudo, sentado en su cama, y suspira.

La habitación ya no está tan oscura como hace media hora. Hebras de luz clara se filtran a través de las cortinas anunciando el nuevo día.

Se acostó hace cuatro horas, pero no ha pegado ojo. Le come por dentro una ansiedad silenciosa, un pesar secreto que le impide dormir y reír con ganas. No le quema, ni le causa dolor físico, pero, sencillamente, el mundo se le ha vuelto un poco más gris, y las noches se le han hecho mucho más largas.

Desnudo, sentado en la cama, apoyando sus codos sobre sus rodillas, suspira. Sus ojos miran, pero no ven, porque lleva horas mirando hacia adentro, recorriendo los senderos de su mente, incapaz de salir del pozo. Quizá ni siquiera lo intenta.

Algo se desliza detrás de él. Gira la cabeza y redescubre la silueta de una mujer dormida bajo las sábanas. Él alarga el brazo y recorre su piel con las yemas de los dedos. Con delicadeza, sigue las líneas de los músculos del cuello, hasta la base de la oreja. Pasa la mano sobre su pelo y le acaricia la cabeza. Ella, perezosa, abre los ojos y lo mira. Sonríe, y con gesto suave pone su mano sobre la de él. Se incorpora, lo abraza desde atrás. Le susurra palabras tiernas en el oído, y él, lentamente, vuelve a estirarse en la cama.

Él la mira con expresión tierna, pero con ojos muertos. Aún está inmerso en su purgatorio. Otro día más fuera del Paraíso, otra noche de horas lánguidas, de fingir corresponder el amor de otra. Asiste como espectador al contoneo de los amantes, y sólo una parte de él participa en el acto. La otra parte sigue anclada en otro lugar, en otra persona.

Ella yace tranquila. Es sábado y la habitación se baña en sol naciente. Para muchos, es el anuncio de nuevas esperanzas. Para él, es sólo el pomposo preludio de otro día gris. Y, desnudo, sentado en su cama, suspira.