domingo, 26 de julio de 2009

El cruel tañido


En un mundo de pasión, donde no me corre sangre por las venas, sino fuego, acaricio con premura la piel tersa de una mujer, mientras le susurro al oído todo lo que he sentido en esta vida, y todo lo que querría haber sentido.


Y ella me abre su alma,

me entrega su cuerpo,

me envuelve en su fuego,

me arranca de mis miedos,

me lleva a sus reinos;

Y yo me rindo a sus pies

y le doy lo que tengo

y lo que soy.


Y las sábanas se convierten en lenguas de fuego, el aire se vuelve tórrido. Nuestros cuerpos sudorosos pierden su solidez y el mundo parece desaparecer en un torbellino en el que sólo estamos ella y yo, perdidos y abrazados para siempre.

Entre la vorágine llega un murmullo lejano, como las campanas de una iglesia tañendo al anochecer. No puedo dejar de oír el sonido, ese chirrido eléctrico y persistente que no me deja escuchar las palabras que ella deja caer en mis oídos como dulces afrodisíacos.

Por un momento, el murmullo se detiene, pero llega de nuevo, más fuerte que antes. Este segundo tañido acapara mi atención irremediablemente, y el cuerpo se me entumece. El mundo se me desdibuja.

Y llega el tercero, y la noto a ella más lejana. Sus caricias casi parecen etéreas, y su tacto parece como de humo.

Y llega el cuatro tañido, y me siento flotando, ajeno a la pasión y el fuego. La miro a ella a los ojos, intentando captar ese momento; me agarro a su carne, tratando de quedarme en sus brazos, que momentos antes parecían tener que pertenecerme por toda la eternidad, y ahora escapaban a mis abrazos.

Y llega el quinto tañido, y su rostro ya casi no se distingue. Sus ojos, antes verdes como la esmeralda, son ahora meras estrellas en la distancia, titilando tenues en el techo cada vez más negro.

Y llega el sexto tañido, y estiro los brazos, abrazo el aire sin forma, y me veo perdido en el limbo. Llega el séptimo y me siento cayendo de la cumbre de la hermosa montaña que antes había escalado con gozo.

Y abro los ojos, sudoroso y sobresaltado. Los primeros rayos de sol me saludan, indolentes, y al octavo tañido tengo la sensación de haber estado unos instantes en el paraíso. Al noveno tañido, la mujer, su fuego, su alma ya son sólo manchas borrosas, memorias difusas, recortes oníricos. El décimo tañido lo corto con pereza, dando un golpe al despertador, furioso por razones que no recuerdo.

Y aquella noche, aquel momento, aquel derroche de placer, me abandonan para siempre, llevadas por la brisa de la mañana y por el cruel tañido de la rutina. El mundo me secuestra de nuevo, inclemente, hasta que vuelvan la noche y los sueños.


¿Será verdad que cuando toca el sueño

con sus dedos de rosa nuestros ojos,

de la cárcel que evita huye el espíritu

en vuelo presuroso?

3 comentarios:

Alex [Solharis] dijo...

Noto un texto bastante más apasionado de lo que me tienes acostumbrado y menos estoico... Diría que hay algo más que calor veraniego porque me ha parecido bastante sentido. Ah, las musas a veces son tórridas y gratificantes.

Lebowski dijo...

Un text com aquest mai més en època estival. Per si no fós prou la calor de l'ambient, més la que desprèn l'ordinador en si i la que afavoreix la meva tancada habitació. Tot això sumat a la canço Black Hole Sun, dels Soundgarden... ha fet que realment senti i suï molt més del que hauria llegint el text.

Quina ràbia quan et despertes dels somnis... Però d'alguns somnis més val despertar que quedar-s'hi per sempre.



Arrivederci, amici.

Lebowski dijo...

trobem a faltar una nova actualització!