jueves, 11 de junio de 2009

El precio de los sueños


Era enero, y el viento cortaba el abrigo, la carne y los huesos, inclemente ante el tembleque de las manos y el sufrimiento de los viandantes. Ni el sol, oculto tras un capote homogéneo de nubes grisáceas, alcanzaba a alegrar la travesía a la gente. Las ocasionales bocas de ventilación soltaban bocanadas de aire caliente. En cierto modo, era un gozo ver cómo todos los caminantes realentizaban su paso para poder quedarse ni que fuese un segundo más al lado de la corriente cálida, del oasis de bienestar enmedio de un gélido océano de nieve y viento.

Él, seguro de sí mismo, iba camino de su casa. Aun con las mejillas arreboladas y las manos frías, no podía evitar que de vez en cuando aflorara a su rostro una sonrisa tan cálida como el mismo sol que ahora se negaba a salir. Ver a un hombre feliz es una experiencia especial, los hay que incluso se contagian de esta felicidad y tampoco pueden reprimir una efímera sonrisa, medio cómplice, medio melancólica.

Pero él no se fijaba en los dos o tres que repararon en su excepcional estado. Él sólo pensaba en la de trabajo que tendría que hacer si lo que le habían dicho era cierto. Claro que lo era, aquel hombre de la discográfica hablaba muy en serio. Otra sonrisa vio la luz enmedio de aquella faz rubicunda por el frío cuando recordó el contrato. Su grupo de folk-rock, que había llevado desde los dieciséis años, al fin tenía salida profesional seria. Había mucho que hacer. Tendrían que recomponer la música y algunas letras, pulir las melodías, advertir al batería para que se dejase de tonterías con los porros y se pusiera las pilas o se buscarían a otro... tanto por hacer.

Una vida nueva se abría ante él, nuevas puertas que nunca había visto más que en sueños, pasillos y ascensores con los que había fantaseado pero que nunca había considerado realmente que existiesen. Todo un rascacielos de oportunidades, la opción de hacer lo que siempre había soñado.

Se palpó el bolsillo del abrigo, donde el contrato y el cheque pesaban como losas de mármol en su mente. Calderilla, pensó, para pagar el billete hacia el éxito. Al fin y al cabo, ¿qué era más valioso que un billete de ida hacia el sueño de su vida?

Caminaba absorto y no pudo ver a tiempo al hombretón que salió del callejón. Se lo encontró de frente. Dos ojos oscuros enmarcados por un rostro cetrino y sudoroso, de facciones andinas y pelo negro y liso. En su mirada había miedo, pero no por ello sus ojos eran menos temibles. El pobre soñador se quedó pasmado, sin poder reaccionar.

- Me vas a dar todo lo que lleves - dijo, nervioso, el atracador.

El muchacho pensó en el contrato y en el talón. No podía dárselo. Pero tampoco le quedaba otra salida. Intentó mirar alrededor, pero aunque vio caras de sospecha, tenía la impresión que nadie movería un músculo por él.

Al ver que no obedecía, el atracador insistió, y agarró al joven por la camisa, y lo lanzó hacia el callejón. Allí comenzó a balbucear, intentando sacarse de los bolsillos las monedas y el billete sueltos que llevaba encima.

- ¡Ándate con prisa o te rajo! - dijo el atracador. Iluminado por detrás con la luz difusa de la tarde nublada, parecía un espectro salido de la noche más profunda, achaparrado y escuálido como era. Brillaba en su mano una punta afilada de acero. El sudor se le tornó frío al joven, y sus manos temblaron de nuevo, pero ya no de frío.

- ¡Vacíate los bolsillos, anda! - dijo el salteador de viandantes - ¡El derecho también! ¿Qué traes ahí?

El joven, sin querer vaciar el bolsillo, no dijo nada. Le pareció que había pasado en el callejón varios años, una eternidad, intentando librarse de aquel agresor de la forma más pacífica posible. Pero el atracador no estaba por titubeos ni engaños. Se acercó bruscamente al joven y alargó la mano hacia el bolsillo del cheque. El joven se apartó. El atracador lo miró a los ojos y le clavó la navaja en el pecho tres veces.

Al joven se le cortó la respiración durante unos minutos. Luego sintió las tremendas punzadas, vio la navaja roja y la mano del atracador acercándose de nuevo. El joven cayó de rodillas, perplejo, mientras le sustraían el billete hacia la felicidad del bolsillo de su chaqueta. Cayó tendido sobre la nieve, y vio cómo el espectro andino se alejaba, y el cielo se volvía cada vez más oscuro. El frío le invadía el cuerpo y entumecía el dolor agudo. Al respirar, notaba un gorgoteo en el pecho. Miró hacia un lado y vio la nieve fluyendo roja.

Cerró los ojos y sollozó, consciente de que había llegado su memento mori. Había compuesto una canción titulada así, sobre un tipo que moría sin haber cumplido su propósito, una burla a las películas donde el bueno moría per habiendo cumplido su objetivo. Cruel ironía.

El joven lloraba desconsolado, esperando un milagro, como cuando alguna vez había perdido las llaves y esperaba con todas su fuerzas que no se las hubiese dejado dentro de casa. Encontrarlas entonces era un milagro. Pero él no podía morir, no podía morir ahora que por fin comenzaban a irle bien las cosas. No podía dejar el mundo así, tenía tanto por hacer, tantas ilusiones, tantos proyectos... incluso tenía dos canciones en mente que aún no había escrito en papel. ¡Morirían con él! ¡Quería vivir y ser mejor! Se hizo todas las promesas posibles en caso de que saliera de ésta. Aun antes de desvanecerse su conciencia, esperaba que le salvase algún giro inesperado del guión, creyéndose inmortal en su egocentrismo, como si en la vida tuviesen que encajar varias tramas, como en las películas. Pero la vida no encaja, ni perdona, y el joven murió en el hospital, dos horas después. Había pagado muy caros sus sueños, y éstos se habían escapado por las heridas del pecho, por el filo de una navaja para la que la vida no valía nada, ni tenía remordimientos por haber arrebatado a un hombre la posibilidad de cumplir sus sueños.

Sic tibi terra levis


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4 comentarios:

Alex [Solharis] dijo...

El mito de Ícaro, aquel griego que quiso volar hasta el Sol, la historia del que está a punto de cumplir su sueño y no lo consigue. No necesita mayor explicación por qué nos conmueve.
Juzgando el relato respecto a lo que te he leído hasta ahora, veo que éste es el primero que es realmente narrativo más allá de reflexiones y descripciones. Contar una historia, aunque sea sencilla, es un paso que cuesta. Lo sé por propia experiencia. Aunque verás que es especialmente entretenido.
Veo que somos almas pesimistas. Encuentro bastante en común en lo que escribimos, por cierto. ;)

Tienes también un escrito en catalán, ése me lo leeré con calma.

Andronicus dijo...

Gracias por el comentario, Solharis.

Es entretenido contar una historia, cierto, pero el devaneo de sesos de cuando se está encallado, cuando la trama no cuadra por algún lado... es terrible, pero placentero a la vez.

En cuanto a lo de las almas pesimistas... no sabria decir si soy una persona pesimista, puede que un poco, pero he de confesar que lo pesimista, lo negativo, me inspira.

Y el escrito en catalán... la inspiración la he sacado de una de mis canciones favoritas. Y es la primera parte de una serie.

En fin, gracias de nuevo por comentarme. Nos leemos!

Kurz dijo...

Buen relato... es una historia triste pero tengo una tendencia al humor negro que se siente apelada por la muerte del chaval.

A mí me pasó una así y el tío me dijo que llevaba una navaja en el bolsillo. No me lo creí y le pegué. Y luego él a mí, y yo venga a dar patadas... se armó un corro enorme. Bastante triste.

En catalán me cuesta enterarme de todo pero luego lo intento con el siguiente (;

Andronicus dijo...

Gracias, Kurz, por el comentario. Curiosamente, a mí nunca me han alzado ninguna navaja, ni me he visto en ninguna pelea ni atraco. Quizá toda la suerte que me toca se me va en alejar a los atracadores de mi persona, y luego no me queda para otros menesteres. En fin, gracias de nuevo por leerme!